domingo, abril 23, 2006

De dragones y princesas


Una nube de vapor fétido flotaba a lo largo de toda la mazmorra. La escasa luz del habitáculo no permitía vislumbrar mucho en su interior, sólo lo suficiente para poder distinguir la presencia de dos seres.
Ella, silueta vivaz y traviesa, se sentía una muñeca de porcelana a escasos centímetros de sus fauces. Presa de pánico no cesaba de llorar.
Él, gigante y rugoso era capaz de empequeñecer la figura de cualquier ser humano. De su hocico emanaban vahos al unísono que desarrollaba su salivación.
Al cabo de unos segundos alargó su zarpa dispuesto a comenzar el festín. Pero en ese instante a lomos de su jinete apareció el caballero alado.
El dragón amenazaba con desmenuzarlo al menor de sus impulsos. Pero él guardó la calma, retiró su lanza y de uno de sus bolsillos extrajo un libro. Comenzó a leer ante los ojos incrédulos del dragón. Era una actividad desconocida por el animal fabuloso. Obnubilado escuchaba atentamente a su interlocutor:

- Los dragones de la suerte son seres buenos capaces de surcar los mares del cielo y recorrer cualquier distancia del planeta para hacer sonreír a los niños de esta tierra. Saben flotar en las nubes transformándolas en algodón de azúcar, del polvo de una estrella ingeniar purpurina de colores, de la estela de un cometa inventar fuegos artificiales.

Al oír estas palabras el dragón comenzó a estremecerse. Pensó por qué él no podía ser bueno. Sólo tenía ganas de volar y acercar la felicidad a los demás. Había dejado de ser un dragón común para convertirse en un dragón de la suerte. Lloraba de alegría. Al chocar sus lágrimas en el suelo brotó una rosa que se la entregó a la princesa. Al caballero le prometió que nadaría a través de los mares de nubes buscando la mayor biblioteca del reino celeste que le sería entregada como presente. El caballero, de nombre Jordi, y la princesa se enamoraron profundamente y vivieron muchos años felices en el castillo encantado.
Desde aquel instante se conmemora esta fecha regalando flores y libros…sin olvidar las sonrisas provocadas al recibirlos, remitidas desde el firmamento por el dragón.


Foto: Corredoira. Alto do Cebreiro. 25 septiembre 2005. Bruixot
Paranoias nocturnas. Bruixot, 23 de abril de 2006.

lunes, abril 17, 2006

Cuenta atrás


Nunca había apreciado realmente el verdadero significado del fin de semana. Ahora se detenía a saborear lentamente cada uno de los segundos que le separaban del comienzo de un nuevo ciclo.
Como quien sentado en una terraza de verano, se dispone a tomar un granizado a pequeñas dosis, sorbito a sorbito a través de una cañita, apurando hasta el último resquicio de hielo adulterado con sabor a limón. Mientras tanto su mirada se perdía en el batir de las olas.

A él los segundos se le marchaban en forma de espiral. Como si quitase el tapón del lavabo y el agua allí retenida fuera engullida velozmente hacia el sumidero. Y allí flotando se desdibujaba su rostro, devorado entre espirales y segundos. Queriendo divisar a lo lejos una balsa al auxilio de náufragos, o escuchar el dulce canto de una sirena dispuesta a rescatarle y parar el reloj del tiempo…

Paranoias nocturnas, Bruixot 17 de abril de 2006.
Foto: Voyeur. Alto do Cebreiro. 24 septiembre 2005. Bruixot

jueves, abril 13, 2006

La vida de él, y la de ella


Extracto de La vida de él, y la de ella. Almudena Grandes
(El País Semanal. Domingo 16 de mayo de 2004)

[...]

Ella tiene una edad indefinida, entre los treinta y los cuarenta años, y un aspecto, un carácter, una personalidad que no bastan para explicar por qué está sola, por qué siempre ha estado sola, mientras a su alrededor mujeres que no son más guapas, que no son más divertidas, que no son más atractivas, desatan fervores que ella ni siquiera alcanza a imaginar. Es cierto que en los últimos años ha engordado un poco, que no tiene mucho estilo ni acierta a escoger la ropa que mejor le sentaría, que no sabe maquillarse, pero eso no basta para explicar su eterna condición de mujer impar. Hay algo más, algo que ella no entiende, algo que no sabría explicar, pero que ha detectado sin embargo, hace ya muchos meses, en el vecino del tercero. Por eso piensa en él.

Él es un par de años más joven que ella, pero parece mayor. No es ni alto ni bajo, ni guapo ni feo, ni gordo ni delgado, un hombre normal, de aspecto normal, con un carácter y una personalidad que no bastan para explicar por qué está solo, por qué siempre ha estado solo, por qué a él no le salen los trucos que les funcionan a los demás, darle fuego a una desconocida en la barra de un bar, invitar a comer a una chica de la oficina, pegar la hebra con cualquiera de las mujeres a las que ve cada día en el metro, en el barrio, en el bar donde desayuna todas las mañanas. Hay algo más, algo que el no entiende, algo que ni siquiera sabría explicar, pero que comparte sin embargo con la vecina del quinto. Hace muchos meses que se ha dado cuenta de que esa mujer también es impar. Por eso piensa en ella.

Y ahora es primavera. Eso piensa él, eso piensa ella, y que ahora debería ser todo más fácil. Y cada noche, cada uno en su casa, en un salón donde el sofá sólo está hundido por un lado, en una cocina donde a la hora de la cena, sólo hay un plato, en un dormitorio donde sobra la mitad de la cama, él imagina la gesta de la escalera, cuando la vea, y la pare, y le hable, y la invite, y ella diga que sí, y ella imagina la proeza del portal, cuando se lo encuentre, y le sonría, y le comente el buen tiempo que hace, un clima para pasear, para salir de noche, para ir el sábado a comer al campo. Y así se duermen, hasta que un día, a media tarde, ella sale, él entra, y los dos se encuentran en territorio neutral, ni el portal ni la escalera, sino el descansillo del segundo.

-Hola –dice ella, y no sabe por qué es incapaz de mirarle a los ojos.
-Hola –dice él, y no sabe por qué su cabeza se inclina hacia un lado en lugar de permanecer derecha sobre sus hombros.

Y sin embargo, los dos siguen de pie, callados, sin moverse, durante un par de segundos, quizá tres, antes de seguir sus respectivos caminos. Entonces, él sufre. Entonces, ella sufre. Entonces, cualquiera de los dos daría cualquier cosa por no ser ellos mismos, por ser otros distintos, su cuñado, su hermana, su amigo Enrique, la vecina del ático. Por eso, él toma una decisión. Por eso, ella toma una decisión.

-Oye… -dice él, girando sobre sus talones.
-¿Qué? –pregunta ella, volviéndose hacia él.
-Pues…No, nada.
-¡Ah!
Y así, nada cambia en la vida de él, en la vida de ella.



(Fotografía Bandada de gorriones, por cortesía de Mariano el sano)

lunes, abril 03, 2006

Niña oruga


A la niña oruga no le gusta madrugar. Odia el zumbido del despertador cada mañana. Entre maldiciones y tentaciones consigue ponerse en pie, vestirse, asearse, envolverse en la rutina de cada día. Prestando horas, vendiendo ilusiones cruza el umbral que separa la paz del abismo.

Camina la niña oruga. Paso a paso sus pies se convierten en láminas de plomo. Un hombre digiere el periódico. Un negrito con un chaleco luminoso le regala una sonrisa mientras pedalea orbitando sobre su propio camino. Gira la cabeza a la izquierda para divisar su panorámica favorita. Esa que nunca se cansará de ver día tras día.
Aparece una serpiente para avisarle de que no toda vida se compone de círculos. También existen los caminos ondulados, aquellos que llevan a tesoros escondidos con olor a salitre y azahar.
Le adelanta una chica con tacones, quizás más guapa, quizás desconsolada. Corre, huye de la bestia que la oprime. Puede que se acerque ciega a ella, como Smigol en busca del anillo. Uno, dos, tres…cien pasos le separan. En una décima de segundo se pierde en el horizonte.

Se abre una puerta automática. Los sonidos que le acompañan ya no rescatan sonrisas. Pasan a ser ruidos, recordándole que el sol será eclipsado cubriéndose todo de oscuridad. Asciende un peldaño, otro, un tercero. Ya sólo le faltan 57 para llegar al precipicio. Cada escalón le oprime más. Pierde el sentido de la gravedad. Moribunda enfila el pasadizo final. Está dentro. La niña oruga comienza a llorar. Lágrimas marinas recorren sus mejillas. Acurrucada en una esquina comienza su letargo. Esperando que alguien o algo le rescate. Soñando convertirse en mariposa y poder volar al oasis de la sueños…

Paranoias nocturnas, bruixot, 3 de abril de 2006