domingo, diciembre 18, 2005
Cantos en las ramas
Nada más aterrizar me di cuenta de que mi misión no se iba a desarrollar por los derroteros que prometía mi empresa. Aquello no era el paraíso soñado para pasar unas vacaciones de ensueño. Pronto supe que me encontraba en algún país del África subsahariana bajo la influencia de un dictador asesino empeñado en cargarse a todo aquel que no formara parte de su séquito.
Sin comerlo ni beberlo me encontré metido de lleno en la misión. Era el único blanco de la región y no sé si por ese motivo o por la gracia del tirano se me concedió una última oportunidad. A mi cargo disponía de unos pobres desamparados para salvarlos de la muerte. La verdad es que la situación me parecía insólita pues nos daban un cuarto de hora para desaparecer. ¿Desaparecer dónde?. Por momentos pensaba que me encontraba en una cacería del zorro cuyas presas ya os podéis imaginar quienes eran.
- Ahí tenéis canoas, si queréis podéis utilizarlas.
Rápidamente todo el mundo echó a correr sin sentido. Supuestamente me había convertido en un salvador, un totem o algo por el estilo, pero aunque guardaba la calma mi temor era mayor que el de cualquiera de ellos. Y corrimos a lo largo y ancho de toda la planicie. Allí donde no hay nada, sólo matojos de hierbas secas. Donde puedes pararte y ver decenas de kilómetros amarillos, del color seco que envuelve todo, del color premonitorio de que allí un día hubo vida. ¿Nos convertiríamos también en pasto amarillo? Ni un alma.
- ¿Por qué no usamos las canoas y escapamos por el río?
- El río es una trampa mortal. Está lleno de pirañas y otros seres voraces que desgarrarían nuestras almas y canoas en una milésima de segundo. Lo presentan como una esperanza, para darte la sensación de que se apiadan de ti, pero en el fondo es tu propia tumba.
Después de correr lo que debió ser horas, allí donde el tiempo no se deja controlar por nadie, apareció un árbol. Lo identifiqué como un eucalitpto, quizás por el hecho de que es uno de los pocos árboles que soy capaz de reconocer. Pero, ¿qué pintaba un eucalipto en medio de la nada?. Seguro que era una especie africana desconocida, un baobab. Sí un baobab alto y muy poblado.
- Subid al eucalipto rápido, ya se oyen los motores de los aviones sobre nuestras cabezas. Vamos rápido.
Se quedaron un poco extrañados indecisos cuando escucharon la palabra eucalipto, pero uno tras otros iban trepando por la corteza del mismo. Los pobres negritos se apresuraban, reptaban sobre sus espaldas y el árbol ante tanto movimiento se zarandeaba. Un vaivén que parecía que de un instante a otro se iba a derrumbar. Seguían ascendiendo ante mi mirada. En ese momento a mi me entraba el complejo estúpido de Oskar Schindler, ¿por qué no habré salvado más? Ni que yo fuera un salvador. Por fin se encontraban entre las ramas todos ocultos.
-No sé si lograremos engañarlos.
De repente del espacio apareció una cápsula en modo de avioneta. Era una mujer la que pilotaba y aunque no la conocía pronto supe que era de mi compañía.
-Venga sube que ya has cumplido tu misión.
-Pero...no me puedo ir así.
Nunca pude saber como terminó la historia. Según mi empresa la misión había sido un éxito. Sólo sé que desde entonces mientras concibo el sueño me acompaña una dulce nana procedente de las ramas más ocultas de un baobab con forma de eucalipto.
Paranoias oníricas. Bruixot, 18 de diciembre de 2005. Foto Bruixot.
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