jueves, noviembre 24, 2005
Abracadabra
Un ensordecedor rumor de aplausos abrigaba las paredes del teatro. El haz de luz se centraba en él. Camisa blanca y pantalón negro, todo un clásico. Del fondo de su chistera hizo aparecer una paloma. La sujetaba con ambas manos, sonreía y la lanzó al público. En un instante colocó su chistera sobre su cabeza y agarró con su mano derecha la varita mágica que tantas alegrías le había proporcionado.
Tras un efímero batir de alas, la paloma se posó en su hombro derecho. Este gesto provocó suspiros de asombro desde las butacas rojas que cubrían el teatro.
Juguetona, ella acercó su pico a su oreja, nadie pudo percibirlo, era considerado como una parte más del truco. Le susurró dulcemente al oído “Vente conmigo, hay un lugar en el palomar del parque donde todavía se puede soñar. Recuerda que nosotras fuimos las mensajeras de las magas del norte; las brujas”
Mario le siguió en su vuelo, desde las alturas veía el arco iris que forma la naturaleza. Un poquito de verde, otro de marrón, una lámina de azul y tras su espalda el amarillo protector del sol.
En el parque esperó sentado en un banco. Trozos de madera en los que se podía ver a una mujer enfrascada en la lectura de una novela, o escuchar las historias que un abuelo contaba a su nieto, o sentir el calor de una pareja de adolescentes al descubrir el amor. Desde allí respiraba tranquilidad, parecía que no existiera nada más en el mundo y que viviera en una amplia armonía con el entorno y consigo mismo.
Se levantó y tras flexionar sus rodillas acerco sus labios a la fuente, un agua pura y fresca que le proporcionaba energía para poder continuar. Era curioso, pues con el paso de los años el agua no había perdido la costumbre de jugar con él dejando el rastro de su camino hacia los labios marcado sobre su cara. Incluso las gotas jugaban a ser pendientes en los lóbulos de sus orejas. De regreso al banco observó las piedrecitas del suelo, los niños corretear, las madres con las carteras y meriendas...
La paloma regresó. Lo introdujo en el palomar una vez abiertas las ventanas. En el centro había un tablero parecido al juego del ajedrez, pero cuyas piezas eran figuras muy variopintas que no lograba a descifrar. Algunas tenían forma de caracola, otras de estrellas de mar, otras eran nueces, lápices de colores, golosinas...
- ¿Y todo esto qué es? -Preguntó Mario-.
- Eso son segundos. No son perceptibles a la vista humana pero nosotras las palomas si que podemos captar las imágenes. El conjunto de fichas son tus segundos vividos. Cada ficha que tomes te restará una cantidad de segundos de tu vida. Ven y prueba.- le animó la paloma-
Mario se acercó e introdujo una de las piezas entre los dedos de su mano. Tenía la forma de una golosina. Con la otra mano agarró otra con forma de caballito de mar. Estaba sumido en la inconsciencia, escuchando el silbido de las aves mientras su mente se llenaba de imágenes. En ellas Mario se encontraba en el parque, se escondía tras los árboles mientras jugaba al escondite, o corría para que sus amigos no le pillaran mientras jugaba a tula venenosa. Se guardó en los bolsillos las figuras y volvió por otras dos. Esta vez con forma de caramelo y otra con forma de canica. Percibió un Mario más niño, en cuclillas con las manos llenas de migas de pan, dando de comer a las palomas del parque.
- ¿Te acuerdas Mario? Desde pequeñito mostraste tu magia hacia las palomas.
- Quiero quedarme aquí, ¿Qué puedo hacer para no marcharme?.
- Es imposible quedarte, pero la palabra imposible no existe en magia. Te guardarás las piezas en los bolsillos y siempre que puedas podrás regresar, sólo tendrás que cogerlas con tus manos. Ahora es tiempo de regresar.
El público permanecía intacto, atónito, nadie se permitía el lujo de parpadear. En la vida habían visto a nadie desaparecer del escenario. De repente una nube de polvo rodeó el centro del estrado. De blanco y negro clásico apareció el mago con la paloma en el hombro. Los aplausos se mezclaban entre sí, era el truco de magia mas prodigioso jamás visto. Bravo! se escuchaba en cada rincón del patio de butacas. La paloma le guiñó un ojo a Mario. Mientras la visión de los humanos era incapaz de captar al Mario mellado, de baja estatura y con las piernas llenas de morados...
- ¿Dónde habrán guardado sus sueños para no verme? – dijo Mario-.
- Los sueños siempre están aquí, sólo hay que tener la intención de verlos. Mientras tanto, nunca dejes de soñar.
Paranoias nocturnas. Bruixot 24 de noviembre de 2005
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario