lunes, noviembre 28, 2005

Copias


La puerta se cierra levemente. Es una puerta anciana, como la fachada del centro, por ello al chocar con el pestillo provoca la vibración del cristal que rodea la misma. Por el umbral aparece su figura. Camisa a cuadros y sudadera que le protege del frío, ese aire gélido al que no está acostumbrado. También le protege de las malas intenciones. Con la sonrisa y la cartera a cuestas sale de la mano del pequeño. Dicen que el papá de Saïd fue arquitecto en su pasado reciente. Un día la llamada de la tierra le hizo salir rápidamente en busca de un horizonte mejor. No fue una salida sencilla.

No fue el primer colegio que visitó, pero si el primero en el que consiguió una promesa de escolaridad para su hijo. Rechazado por los centros privados, a pesar de su capacidad económica adquirida por su profesión de antaño, sólo por no cumplir los mandamientos propios del centro. Aquellos que sólo la vista de la gente divina es capaz de captar.

Cada día Saïd sonríe y disfruta en su clase. Absorbe cada palabra y gesto del resto de sus compañeros. No se trata de una clase homogénea. En ella se puede escuchar alguna palabra en distinto idioma, celebrar distintas festividades, cultos, incluso probar distintos manjares de todos los rincones del planeta. La clase de Saïd está formada por niños rubios, morenos, altos, bajos, morenos de piel, de raza gitana, magrebíes, procedentes de Rusia, Sudamérica o de la casa vetusta del mismo barrio. Es un continuo intercambio cultural del que inconscientemente ellos van aprendiendo. Aprenden a tolerarse, a entenderse y probablemente puedan vivir en una sociedad multicultural más comprensiva.

Mientras tanto en el colegio privado siguen dando clase. Selecta por supuesto, pero ni mejor ni peor. Sin embargo, el papá de Saïd se alegra de la decisión tomada. Sabe que el mundo que espera tanto a su hijo y al resto de niños será mundo heterogéneo, multirracial. Sabe que el día de mañana estos niños se tendrán que enfrentar a una sociedad en la que no todos serán rubios, ni altos, ni con la capacidad económica que el director del centro que le rechazó pretende. Sabe que ahí es donde radica la diferencia; la verdadera riqueza de la educación para la vida.


(Fotografía: Robert Doisneau)

Paranoias nocturnas. Bruixot, 28 noviembre 2005

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ni los abrazos ni los gestos de cariño tienen idioma, raza o religión...¿importa algo más?.