"En todos los lugares te encuentro,
en todos los lugares me siento un habitante más"
La ciudad del viento. Quique González
Habrá oído hablar de él, claro. Se le conocía porque, hasta con buen tiempo, siemptre salía a la calle con chanclos y paraguas e infaliblemente con un abrigo de invierno. El paraguas lo llevaba enfundado, y el reloj, en una funda de gamuza gris, el cortaplumas que usaba para sacar punta al lápiz también lo tenía metido en un estuche...Hasta parecía que tuviera enfundada la cara porque siempre la escondía en el cuello levantado del abrigo. Llevaba gafas oscuras, chaqueta de lana, se tapaba los oídos con algodón, y cuando subía a un coche ordenaba al cochero que subiera la capota. En una palabra, se observaba en este individuo una tendencia constante e irrefrenable a rodearse de una envoltura, a crearse como si dijéramos una funda que lo aislara y protegiera de todo tipo de influencia externa. La realidad lo irritaba, lo asustaba, manteniéndolo en un contínuo estado de alarma. Posiblemente para justificar su timidez y su aversión al presente, siempre elogiaba el pasado y todo lo que nunca ha existido. Hasta las lenguas antiguas que enseñaba eran en realidad para él esos mismos chanclos y paraguas con los que se guarecía de la realidad de la vida.
[...]
Al cabo de un mes Bélikov murió. Todos fuimos a su entierro, o sea los dos institutos y el seminario. En aquellos momentos, cuando se encontraba en el ataúd, tenía una expresión dulce, agradable, hasta alegre, como si estuviera contento, satisfecho de que por fin lo hubieran metido en el estuche del cual ya nunca más saldría. ¡Sí, había alcanzado su ideal!
[...]
Enterramos a Bélikov, sí, pero ¡cuántos hombres enfundados como él quedan todavía, cuántos vendrán!
[...]
-Ahí, ahí está la cosa -volvió a decir Iván Ivanych-. ¿O es que el hecho de que vivamos en la ciudad, ahogados, apretujados, que escribamos papeles inútiles y juguemos a las cartas, todo eso no es un estuche?
Extracto de El hombre enfundado. Anton Chéjov.
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