lunes, abril 03, 2006

Niña oruga


A la niña oruga no le gusta madrugar. Odia el zumbido del despertador cada mañana. Entre maldiciones y tentaciones consigue ponerse en pie, vestirse, asearse, envolverse en la rutina de cada día. Prestando horas, vendiendo ilusiones cruza el umbral que separa la paz del abismo.

Camina la niña oruga. Paso a paso sus pies se convierten en láminas de plomo. Un hombre digiere el periódico. Un negrito con un chaleco luminoso le regala una sonrisa mientras pedalea orbitando sobre su propio camino. Gira la cabeza a la izquierda para divisar su panorámica favorita. Esa que nunca se cansará de ver día tras día.
Aparece una serpiente para avisarle de que no toda vida se compone de círculos. También existen los caminos ondulados, aquellos que llevan a tesoros escondidos con olor a salitre y azahar.
Le adelanta una chica con tacones, quizás más guapa, quizás desconsolada. Corre, huye de la bestia que la oprime. Puede que se acerque ciega a ella, como Smigol en busca del anillo. Uno, dos, tres…cien pasos le separan. En una décima de segundo se pierde en el horizonte.

Se abre una puerta automática. Los sonidos que le acompañan ya no rescatan sonrisas. Pasan a ser ruidos, recordándole que el sol será eclipsado cubriéndose todo de oscuridad. Asciende un peldaño, otro, un tercero. Ya sólo le faltan 57 para llegar al precipicio. Cada escalón le oprime más. Pierde el sentido de la gravedad. Moribunda enfila el pasadizo final. Está dentro. La niña oruga comienza a llorar. Lágrimas marinas recorren sus mejillas. Acurrucada en una esquina comienza su letargo. Esperando que alguien o algo le rescate. Soñando convertirse en mariposa y poder volar al oasis de la sueños…

Paranoias nocturnas, bruixot, 3 de abril de 2006

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