martes, noviembre 22, 2005

Mamá comprame unas botas


No era época de rebajas, ella lo sabía. Pese a ello iba sorteando los escaparates de la ciudad buscando tras los cristales unos zapatos que pudieran ir a juego con sus vestidos, aquellos que fue acumulando con el paso de los años, como quien acumula apuntes o libros, una vez usados pasan al mayor de los ostracismos conocidos.Se guiaba por el suelo de los escaparates y aquellos cuyo color le gustaba eran el presagio perfecto para encontrar ese calzado buscado, como una Cenicienta pendiente de encontrar su príncipe deseado.

Entraba en una y otra tienda. Se probaba un modelo. Le indicaba a la dependienta que le sacara la parte amante del par. Era todo un rito: pasearse por delante de los espejos sabiendo que se veía a sí misma y que algunos ojos ajenos se fijaban en ella. Lo sabía y le gustaba compartir ese momento con personas capaces de derramar, en tiempos individualistas, unos segundos en ella. Era tan humilde que apenas podía plantearse la compra de las plantillas de cualquiera de los pares que se probó. Pero ella se divertía.

Salía a la calle, el aire le recordaba que se acercaba el invierno, que siempre olvidaba la bufanda y que como cuando era niña, en la esquina vendían castañas dentro de un cucurucho de cartón. Partió una con los dientes mientras el bolso comenzó a sacudirse. Se aproximó el auricular al oído. Le llamaban para confirmarle la fecha de su exposición, aquel estudio sobre Kipling en el que tantos años había trabajado.

Entró en otra tienda más. Echó un vistazo rápido, se sentó en el taburete tapizado en negro mientras se desataba los cordones. Alguna vez le hubiera gustado ser un cordón, se los imaginaba tan platónicos siempre unidos e inseparables a su par, juguetones, felices. Descalza se probó un zapato negro, luego uno blanco, uno con tacón, otro forrado en terciopelo. La dependienta no sabía que hacer para satisfacer sus gustos. Cuando se disponía a salir, de reojo observó un par que se encontraba arrinconado, donde la vista no podía llegar a alcanzarlo. Le sedujo desde el primer momento, como los grandes amores, siempre nos observan desde el silencio pero se escapan a nuestros sentidos. Eran rojos, un rojo muy claro sin llegar a ser rosa o fucsia ni la fusión de ambos.
Hizo el ritual de siempre. Pie derecho, paso izquierdo, mirada en el espejo y vuelta. Le sentaban muy bien, realzaban su figura femenina además de combinar con sus faldas, camisas y cinturones.

“No podré comprarlos, no tengo ese dinero” le dijo a la dependienta.
“Tómalos, esta noches llegarás a ser princesa “ dijo la vendedora.

Sonrió mientras la dependienta le devolvía una sonrisa de la que se escapaban mariposas cuyo vuelo salpicaba motas de polvo de estrellas.

Le decisión fue difícil como todo amor, pero al final Carolina se decidió por los zapatos rojos. Ella no lo sabía pero esa noche el mundo se pararía mientras las calabazas se convertirían en carrozas. Por supuesto el príncipe rojo no faltaría a la cita de media noche. Desde ese momento había nacido Cenicienta.

(Foto Ruzqui). Gracias!

Paranoias Nocturnas. Bruixot 22 noviembre 2005

No hay comentarios: